
(me han pedido que comparta algunos materiales de los libros, Instrucciones para embellecer el domingo salió en 2005 y está desde hace algunos años técnicamente agotado -como yo-. Este es un cuento de ese libro, que lleva el mismo título que el posteo. Alguna vez le llamó la atención a un cineasta chileno que me pidió permiso para transformarlo en guión. Jamás tuve otras noticias de él, tal vez esté dentro de la famosa mina chilena... No, no hablo de la Bolocco... Es un cuento raro que como todo lo que he escrito a medida que pasa el tiempo me gusta un poco menos. Espero que no sea el caso, que para ustedes la ecuación sea inversamente proporcional)
Este es un episodio que no esperaba. Por imprevisto y por absurdo. ¿Qué hace un policía a estas horas de la noche haciéndome una contravención? Es más, nunca contemplé entre las atribuciones que yo imaginaba para un oficial de tránsito, inmiscuirse en cuestiones tan mundanas como una tocada de traste.
—Oficial, yo no lo hice… No me mire así, no estoy bromeando. Dejé de hacer esa boleta. ¿Qué cobra? Perdón, es una deformación de mi otra vida, la de futbolista. Quiero decir: ¿cuál es la infracción de la que me juzga culpable?
Se nota que éste hombre no simpatiza con Boca. O es hincha de Gimnasia. ¿No le gustará el fútbol? Es algo improbable. ¿Existe algún ser humano de género masculino al que no le agrade el fútbol? No parece querer una coima. ¿Y si se la ofrezco? Por ahí la embarro. Encima llamo, llamo, llamo y mi amigo no acude. Qué ruido raro hace el teléfono… “El teléfono desde el que usted llama está fuera del área de cobertura”. ¿Mi teléfono fuera del área? ¿Cómo se entiende esto? Rarísimo… Que aparezca, por Dios. El tiene que resolvérmelo. Al fin y al cabo es él quien me metió en esto.
—Le explico, oficial. Yo no le quise palpar el trasero a Paula. Le juró que no. Ella subía al colectivo y yo, justo, no sé cómo y por imperio de qué gracia, aparecí detrás. Hice el movimiento de treparme al micro y ella se demoró un instante o yo lo abordé con demasiada fuerza y falta de cálculo… Sea como fuere el roce fue casual, algo parecido a lo de la mitad de la cancha, una rosada así, tipo futbolística, es lo que quiero significarle… Pareció más escandaloso porque la diosa de los vientos levantó la pollera de Paula y el contacto fue, digamos, muy carnal.
¡Cómo me mira este tipo! ¡Mi Dios! La cagué, creo que la cagué. Debe ser un inspector de moralidad. Nunca imaginé que esta gente pudiese andar surcando las oscuridades en las proximidades de González Catán.
—Señor Palermo, a mí no me preocupa lo que usted haga con el culito de la señorita Paula. Son gente adulta.
Dijo culito. ¡Blasfemo! No, mejor no lo miro así. Tampoco pasarme de pacato.
—Yo no soy celador de buenas costumbres ni agente de moralidad.
Menos mal. No es. ¿Por qué tendré esta costumbre de elaborar mil pensamientos antes de que los acontecimientos se sucedan?
—Soy inspector de SADAIC, digamos, para decírselo de una forma que usted pueda comprenderlo un poco mejor. Advierto su cara de dormido, usted acaba de despertarse en el mundo de las canciones y me temo que desconoce algunas de las reglamentaciones que aquí imperan. Usted no puede levantarse como si estuviese en La Bombonera e imprimirle a la primera pelota que encuentre un furibundo patadón.
No entiendo bien. Si asiento y pongo cara de sé de qué se trata me seguirá dando este sermón y yo me quedaré en ascuas. Si lo freno y le hago preguntas tal vez lo altere y la boleta se torne avinagrada y saladita. Un poco me subestima porque yo ya sé que vivo en el mundo de las canciones. Pero no puedo reaccionar ante una autoridad. ¿O sí?