domingo, 1 de agosto de 2010

ALEJANDRA ESCAPA

El gorrión que viene a mis desdichas
no renuncia a los vientos camorreros,
con el dolor suficiente para trazar la analogía
bebe agua estancada con el optimismo anestesiado.

En un clamor desesperado
va a la muerte en un vuelo corto
y se le da por suicidarse en la viruta de un poema
que evita la autopsia con su lágrimas lábiles.

Alejandra escapa con su desolación entera
de la caricia inoperante, del contorno hecho tiza sobre la baldosa fría,
del verso derramado, de la explicación innecesaria,
del paso rojizamente opresivo del crepúsculo.

Se entrega mansamente sin darle el gusto
al que ostenta su normalidad de puntería
y nos deja el cascote moribundo
en el remitente de su durar en penumbras.

Tiembla su moral invicta entre las hojas que crujen por otoño,
fue todo lo sensible que su suceptibilidad pudo robarle al pétalo trémulo,
pero huir fue un destino más que portación del miedo,
miopía ante la ramplona marcha que toma la vida.

Se arrancó el corazón con la arrogancia silenciada
de desconocer al pánico tras fingirle el orgasmo
y no se dejó maquillar las pecas
porque ella es más grande y poderosa que la muerte.

Acaso no lo supo, lo vaticinó su intuición de trascendencia enamorada,
con la certeza de que ese gesto de bolsillo socavaba el hambre del gigante,
le dio descanso al zapato vagabundo en una estrofa impostergable
para atravesar con la palabra bella el último resplandor del olvido.

(de hace algún tiempo ya, con alguna reminiscencia de la Pizarnik filtrándose en los intersticios de los sueños y las pesadillas)

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