lunes, 30 de agosto de 2010

DON PANCHO


Los piolines añosos no se aquietan. El rumor del animal pretérito y culminante sacude los hilos veteranos. La sombra de un siglo omite sus pasos lentos y pone a sus estallidos en el plano preciso y ecuánime de la gesta entera.
La clase de Ciencias Sociales ha sido tomada por el vago eco del andar canyengue del único dinosaurio que conociéramos en pie. ¡Vivo y que se rían de la Diva... de la muerte!
Se apagaron sus ojos repletos de imágenes, su risa silente, sus recuerdos sepia con hombres honorables y seres pequeños doblegados por actos de cobardía. Sus orejas carnosas bajaron la persiana a los tangos dolidos y a los cantores mistongos. Las ovaciones son emporio de otros sentidos. La imaginación y su imaginario son partículas de otro viento. Ya no las gobierna, andarán hurdiendo sus leyendas indulgentes, siempre minúsculas ante su talla ajada, escueta en volumen y gigante en significados.
No acudirán los olores ni los colores queridos a su tumba injusta. Para un hombre de perímetros acotados, bravos, auténticos criaderos de pirañas, la fosa finita es una reducción infame. Una marca artera, un zaguero fulero, una Patria exigua de la que valdría ser exiliado.
Pero Don Pancho no será derrotado por la geografía caprichosa, la cartografía de las lágrimas ni los funerales sin arcos.
Liberamos su espíritu indomable e inmortal en nuestra mano temblorosa, que en el ademán carente de abuelo, acaricia la brisa de la tarde, peina la estela capilar de su melenita cenicienta, oye con piedad sus cuentos y se siente dichosa de heredar sus goles.

(murió Francisco Varallo, el Gran Pancho, el Cañoncito de sus tiempos activos, el último sobreviviente de la final del Mundial del '30. Argentino, digno, inolvidable, centenario)

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