sábado, 28 de agosto de 2010

ERESUMA Y YO


Doy por descontado que me permitirán este rasgo de egocentrismo pero el título es inevitable. Por una licencia literaria durante algún tiempo me sentí socio de ataque del maravilloso goleador de los torneos nacionales, el mítico Norberto Eresuma. Un amigo una vez me pidió que lo cuente por escrito para un medio y capeando la emoción así le dí tres dedos a las teclas.

Parece mentira que ese diariero manso, que remonta los vientos de la madrugada al llegar a su puesto de Alberti al 600, en Mar del Plata, sea el alma de una leyenda. Con la mano firme y la voz varonil me recibió con cierta candidez y algo de vergüenza un poco incómodo por la sorpresa del homenaje. A Norberto Eresuma no le cuesta agradecer y ser gentil pero su oratoria siempre fue una subsidiaria de su practicidad. Están acostumbrados a verlo sus vecinos, a diario podríamos decir en un juego de palabras ligado a su trabajo, y tal vez por eso no sean tan efusivos ni se sientan tan emocionados al tocarlo, al verlo de cuerpo entero, como me sucedió a mí cuando con respeto traté de habilitarlo para que como en sus tiempos de gloria, sacudiera la red de algunos recuerdos. Debajo de su gorra se erigen resabios del artillero: lo denotan sus ojos que se vuelven más vivaces cuando el eco de un gol lo transporta a su paraíso. Le gusta hablar de fútbol pero no por hablar. No anda haciendo abuso de sus medallas ni le agrada introducir en la charla corriente, de paso, vinculada a su comercio, detalles de sus hazañas. Desde la salida de Instrucciones para embellecer el domingo nos hemos ligado azarosa y deliberadamente en raciones simétricas. Estuve por trabajo en su Mar del Plata adoptiva cuando apareció el libro y una declaración mía en el diario La Capital disparó la chispa. Yo allí decía algo alegórico pero no tan descabellado como la versión 2006 de Llamarada: Sueño con pasar un día por La Rambla y ver en lugar del monumento a los lobos marinos una estatua de Eresuma. Este testimonio viabilizó el vínculo y a Norberto lo conmovió la frase y me la retribuyó con elogios a media voz, casi sin decirlos, que me hicieron sentir reconfortado en mi búsqueda de la huella humana por sobre cualquier otra meta mercantil en mi modesto recorrido como escribidor.

Nos vimos y de alguna manera, en mi fabulario, me sentí Loyola, aquel volante de armado de San Lorenzo de Mar del Plata que lo interpretó mejor que nadie. A Cacho, como le dicen en su barrio, o sus compañeros del equipo de veteranos Amigos de Camet, le llegó el texto que le dedico en el libro y se sintió orgulloso de formar parte de ese seleccionado de futbolistas que reuní con cierto caos. No fue la única pared que tiramos en tres largos meses de convivir bajo el mismo cielo con Instrucciones... en la calle. El periodista local, Jorge Jaskilioff, del equipo de Víctor Hugo Morales, se sintió motivado por aquella cosa que le respondí al periodista Héctor Peirou y programa una biografía del Colorado para la que me pidió permiso de incluir en la tapa un dibujo con la estatua de Eresuma tallada sobre la mítica rambla. A partir de allí, en decenas de reportajes, entrevistas telefónicas, se reprisó el tema y les llamaba la atención a los reporteros locales que defendiera con tanta fruición los blasones del atacante que en los nacionales lució los colores de San Lorenzo, Aldosivi y Kimberley.
Norberto que ya me hizo el regalo de haber sido quien fue me obsequió algunos jirones de su historia, que conocía o no tanto, para completar mejor su perfil, a modo de retribución material. No hacía falta.
Entre estos datos apunto algunas cosas para compartir. Que los primeros goles en el Nacional se los conquistó en 1969 a Oscar Cavallero, de Quilmes. Fueron dos y aquella tarde el santo marplatense cayó derrotado 6-3. El último tanto en dicho certamen llegó diez años más tarde cuando con la camiseta de Kimberley le señaló tres a Serrano, de Cipoletti de Río Negro. Que jamás olvidará la victoria ante Boca en La Bombonera como futbolista de Aldosivi y sendos triunfos ante River como ariete de San Lorenzo y Kimberley, respectivamente. Que llevaba las medias bajas como una imitación en tono de homenaje de Ermindo Onega, su ídolo. Que se siente muy bien para seguir desempeñándose en campeonatos de rompe y raja pero cada vez le dan menos ganas de disputar estos certámenes con rivales sin ninguna prosapia, que le juegan a muerte, con deslealtad, con la única misión de tratar de contarle a sus amigos que vencieron a los de Eresuma por lo que su retiro es siempre un suceso perentorio. Y supe de primera mano la anécdota que lo inmortalizó como el verdugo del pie derecho rebanado.
Con una máquina de cortar pasto me arranqué la parte de arriba del dedo gordo del pie derecho. Le dije a un vecino que me llevara por favor hasta la clínica. Ibamos rápido. Para todo eso yo me había tapado la herida con una venda de fútbol apretando el dedo lo más posible para que no siguiera sangrando. Cuando llegamos a Independencia y Luro, me dice: '¿Usted sabe una cosa? Yo veo una gota de sangre y me desmayo'. Menos mal que con el apuro en ningún momento bajó la vista porque mi dedo gordo largaba chorros de sangre. Después me atendieron, me fui a mi casa, me saqué todo y lo puse a tomar aire con el pie levantado. Estuve tres o cuatro días así y a los quince ya estaba jugando. Me vendaba media hora antes, salía a correr, después me sacaba la venda y el dedo explotaba, parecía un globo. Pero las ganas de jugar y el amor propio que uno tenía, podían más.
Para cerrar el periplo, el domingo 12 de marzo de 2006, cuando ya me volvía, la sección Cultura del diario La Capital le dedicó su contratapa a Instrucciones... e hizo hincapié en la pasión que yo había demostrado por la figura de Eresuma. Remarcaron que en su medio nadie jamás le dedicó tantas muestras de afecto y reprodujeron totalmente el texto Llamarada por la noticia.
Tras una serie de presentaciones en conjunto, una mini gira en la que salimos de notas, en la supieron bautizarme Fosforito por una comparación inevitable cromática y de talento goleador con el Maestro, cada vez que regresé a su ciudad adoptiva me acerqué a él por el imán de su andar de a pie más que por aquellas apariciones fulgurantes que imaginé desde Cañuelas cuando seguía los Nacionales por la radio. Lo frecuente y me dio lecciones inusitadas del arte de la definición demostrándome, además, que todo su producido es fruto de la sabiduría y la dedicación, revelándose como un Doctor Honoris Causa de los dominios del área. Me acompañó en diversas patriadas, respaldó mi trabajo de actor en las temporadas posteriores a aquella del amor a primera vista y participó activamente de un programa de radio, El Plomero del Titanic, que tuve la fortuna de concretar en Radio Brisas, donde estampó para los tiempos un separador que es un canto a la ternura. Yo le preguntaba en confianza, ¿Cacho, cuántos goles tenés? Y él me respondía refiriéndose al inescrutable cuaderno maternal: “Según mi madre, 863 goles”.
De tanto ir del brazo y por la calle ya parecemos una dupla de ataque, de esas en que los dos apellidos se realimentan y se mencionan unidos, algo que es una bendición para mi orgullo. No sé si lo soñé o sucedió pero tengo en mi mente una escena en que nos prometimos poner en marcha la sociedad en algún picado cuando regrese nuevamente a Mar del Plata y él acepte desempolvar sus botines.
Todo lo que espero es devolvérsela redonda.

PD: La voz de Eresuma rescatada de aquel separador que usaba en la radio como una viñeta adicional.

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