Fue 3-2 con tantos de Müller, Jansen y Khedira para los alemanes, y de Cavani y Forlán para la Celeste. En la última jugada, el delantero del Atlético de Madrid puso un tiro libre en el travesaño y estuvo a punto de igualar un partido abierto y emocionante. Uruguay fue cuarto en el Mundial. Las fallas de Muslera -de impecable certamen hasta esta instancia- le dolieron sin cauterizar su valor ciclópeo y sin desmadrar su dignidad de perfil económico. Adjunto un tweet de Román Iucht: Me resisto a decir perdió Uruguay, Alemania ganó 3 a 2. La Celeste en éste Mundial peleó como siempre y jugó como nunca. ¡Felicitaciones!
Levantó vuelo Forlán como plancito de fin de semana de un equipo meritorio, proletario, trabajador. Hiato en la fatiga incesante, la lucha y la entrega, Diego fue un respirador de talento y liderazgo para la formación oriental que encumbró su moral obrera y se dio ese lujo rubio, de los goles inmaculados, que serán repetición, bandera, emblema de una epopeya chica. Enorme en la vitrina y en la consideración global pero pequeña desde la arrogancia dormida, los carteles luminosos con bombitas heridas, la verborragia alborotada de sílabas calladas, los delirios de Maracaná enmarcados en su página lejana.
Todo es chico en Uruguay, su mapa, sus costumbres, la pretensión exhibicionista de su gente, desconocedores de la petulancia. Siempre parecen enfrentarse a gigantes con armas modestas, desprovistas de tecnología y opulencia.
Así afrontaron este Mundial y fortalecidos en esa mística de aldea oprimida y azotada por los poderosos y las inequidades de género y recursos, sacó a relucir el coraje y el talento desde un planteo sin excesos. Con la libreta del almacenero y las rebeliones del espíritu.
Levantó vuelo Uruguay, vuelo bajo como aconseja Facundo Cabral en su estribillo sabio, vuelo de no perder de vista el paisaje de sus obsesiones cotidianas y sus necesidades básicas y sin estridencias, de clase.
En esa retórica de voces prudentes, borrascosas desde la gravedad que le otorgan los tambores del candombe a las gargantas del pueblo, se imprime la emoción de la gesta remontada desde la humildad al cielo como un tesoro superador de los sueños también medidos, escuetos en la planificación y sólo capaces de ponerse alas en la onírica soledad de los hombres cuando a la hora del remanso se vuelven inconscientes.
Allí está disfrutando de ese antojo de aguinaldo que es el delantero del Atlético de Madrid, su asado de domingo, el Maestro Tabárez. Le quedó atragantado un grito de gol ladeado en su clásica expresión de poner la boca de costado y la moral derecha. Tan uruguayo, tan honorable, tan caballero, tan mesurado, este equipo es una fiel depuración de sus puntos notorios como ser, esas facultades personales y profesionales que lo hacen merecedor del afecto y el reconocimiento.
Un ahogo de pólvora le quedó en la garganta cuando el tiro final del héroe de morfología humana le dio al travesaño la última zozobra. Pero respiró aliviado, la tormenta lavó las metáforas y se llevó las borras de resignación que el temperamento no concede. El Maestro pudo ver que ser terceros o cuartos era tan incidental como sustantivo haber sido, en todo momento, fieles a su ética, a ir al margen último de sus capacidades, a su convicción de brega.
Uruguay fue una selección que representó cabalmente el sentir de su pueblo, su manera de vivir, su idiosincrasia. Que creyó, dentro de sus paradigmas, que la planificación y el trabajo pueden tener como emergente al milagro como resultado y no como hecho fortuito e innegociable, místico.
Levantó vuelo Forlán como plancito de fin de semana de un equipo meritorio, proletario, trabajador. Hiato en la fatiga incesante, la lucha y la entrega, Diego fue un respirador de talento y liderazgo para la formación oriental que encumbró su moral obrera y se dio ese lujo rubio, de los goles inmaculados, que serán repetición, bandera, emblema de una epopeya chica. Enorme en la vitrina y en la consideración global pero pequeña desde la arrogancia dormida, los carteles luminosos con bombitas heridas, la verborragia alborotada de sílabas calladas, los delirios de Maracaná enmarcados en su página lejana.
Todo es chico en Uruguay, su mapa, sus costumbres, la pretensión exhibicionista de su gente, desconocedores de la petulancia. Siempre parecen enfrentarse a gigantes con armas modestas, desprovistas de tecnología y opulencia.
Así afrontaron este Mundial y fortalecidos en esa mística de aldea oprimida y azotada por los poderosos y las inequidades de género y recursos, sacó a relucir el coraje y el talento desde un planteo sin excesos. Con la libreta del almacenero y las rebeliones del espíritu.
Levantó vuelo Uruguay, vuelo bajo como aconseja Facundo Cabral en su estribillo sabio, vuelo de no perder de vista el paisaje de sus obsesiones cotidianas y sus necesidades básicas y sin estridencias, de clase.
En esa retórica de voces prudentes, borrascosas desde la gravedad que le otorgan los tambores del candombe a las gargantas del pueblo, se imprime la emoción de la gesta remontada desde la humildad al cielo como un tesoro superador de los sueños también medidos, escuetos en la planificación y sólo capaces de ponerse alas en la onírica soledad de los hombres cuando a la hora del remanso se vuelven inconscientes.
Allí está disfrutando de ese antojo de aguinaldo que es el delantero del Atlético de Madrid, su asado de domingo, el Maestro Tabárez. Le quedó atragantado un grito de gol ladeado en su clásica expresión de poner la boca de costado y la moral derecha. Tan uruguayo, tan honorable, tan caballero, tan mesurado, este equipo es una fiel depuración de sus puntos notorios como ser, esas facultades personales y profesionales que lo hacen merecedor del afecto y el reconocimiento.
Un ahogo de pólvora le quedó en la garganta cuando el tiro final del héroe de morfología humana le dio al travesaño la última zozobra. Pero respiró aliviado, la tormenta lavó las metáforas y se llevó las borras de resignación que el temperamento no concede. El Maestro pudo ver que ser terceros o cuartos era tan incidental como sustantivo haber sido, en todo momento, fieles a su ética, a ir al margen último de sus capacidades, a su convicción de brega.
Uruguay fue una selección que representó cabalmente el sentir de su pueblo, su manera de vivir, su idiosincrasia. Que creyó, dentro de sus paradigmas, que la planificación y el trabajo pueden tener como emergente al milagro como resultado y no como hecho fortuito e innegociable, místico.
Con Forlán y Tabárez, como exponentes reconocibles de sus alegrías y orgullos: el talento mayúsculo de sus creativos evangelizada por datos innegables de densidad demográfica y el temple y la austeridad para implementar los usos que hizo costumbre. Lo celebra con la recatada soberbia de quien entiende que las postergaciones, las desdichas y las claudicaciones no son ajenas a su destino.
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