La enfermera se parece a Martina Navratilova. Tiene los brazos gruesos y musculosos. El gesto duro, inmunizado a las sonrisas. Una pequeña rosácea o algo así alrededor de la nariz robusta. La piel blanca y unos lentes sin marco o con un sostén invisible. Pasa como si fuera Martina rumbo a la red y deja una estela vigorosa y desprovista de diplomacia. Un coro de toses funcionan como música funcional. Se mezclan los carraspeos nerviosos, de afinación, toses húmedas, toses secas, toses acatarradas, toses oprimidas y toses desaforadas. Todos tosen como para que el ritmo no decaiga. Martina vuelve como si la pelota del match point hubiera quedado en la red. Con una metamorfis que la conduce de la enjundia a la ira evita darle la mano al piropeador intimidado. Extiende un sobre y editorializa con sus ojos de hielo mientras suelta en la atmósfera contaminada un gesto sin condescendencia que involucra a los pacientes y que puede traducirse como Qué querés con estossss.
El receptor del análisis comprende la asepsia del trato y se compadece, verdaderamente hay que ser de un material así, férreo, metálico, para sostenerse bien plantado sin dubitar ante tantas preguntas insistentes, reclamos antológicos y esa peregrinación de manos a su antebrazo con ánimos de detención. Cada cuál tiene su problema y su paranoia, su carencia y su circunstancia. Todos se miran sin observarse con los ojos enrojecidos y acuosos por eso él, dispone no acudir a un ámbito más íntimo para develar el misterio. Busca dentro del sobre la hoja con el diagnóstico. La dramaturgia es inapelable y escueta. Tiene el virus. Mirá vos, tiene Influenza A. Lo leyó dos veces y sin analizarlo se puso de pie. Avanzó hasta el centro de la sala atravesada por un contraluz y pese a que seguía erguido sintió una detonación en su estructura física. Como si por dentro se desplomarada. Así con los huesos y los órganos flotando en una sensación de angustia viscosa sintió frío. Mucho frío. Sólo pensó en llegar rápido a su casa y conectarse al MSN. Esa tarde, a las siete, después de siete meses de correos románticos, de chateos que enhebraban noctámbulas asonadas y amaneceres de ilusión, ¡por fin!, iba a conocerla. Iban a dejar de ser dos esperanzas virtuales para convertirse en dos cuerpos con necesidad de estrecharse y dos ojos sedientos de fagocitarse los iris. A ninguno de los dos les gustaba la camarita y a tientas se conocían fisonómicamente por fotos pequeñas, módicas aproximaciones, pero sin embargo, sentían que se conocían desde otras vidas, desde más allá de dónde puede llegar la razón. Somatizó la idea de mantener la cita, asistir y no darse a conocer, sólo por el regocijo de verla de cerca amparado por su anonimato escamoteo tras una bufanda. No le pareció noble. Se propuso enfrentar el tema aún cuando una fuerza remota en su sentir trágico le indicara que ese era el nervio temporal donde debían cruzarse sus destinos. Como en el juego de la oca supuso que volvía a cero y que tal vez ya nunca más podría reconstituir los tejidos de esa relación hasta que ambos volvieran a sentir esa necesidad demencial y furiosa de reunirse.
Se conectó con la convicción de que ella, pese a que esa hora estaba en horario de oficina, sentiría la pulsión y se conectaría un instante burlando la recomendación de su jefa de no utilizar el messenger durante la jornada laboral. Hubo una vibración, un zumbido no provocado tecnológicamente, una especie de sismo. Ella se puso ausente pero estaba conectada.
PABLO
¿Estás ahí? No me vas a creer lo que me pasó.
MARTINA
Holis... Acá, vos no me vas a creer lo que me pasó.
PABLO
Qué.
MARTINA
Ke.
PABLO
No te puedo ver. ¿Te acordás que me sentía mal? Tengo la gripe porcina oc oc oc.
MARTINA
No te puedo ver. ¿Te acordás que me sentía mal? Tengo la gripe porcina oc oc oc.
(JULIO 2009, texto inédito)
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