domingo, 4 de julio de 2010

MIS DIEZ DE ÚLTIMA


Pensé en armar, con horas a favor, algún comentario que me permitiese exponer mi parecer más lucido -si es que esto fuese concebible- en relación a la derrota Argentina en el Mundial. No puedo. Aún ando errante como un extranjero con un remolque prendido de mi pantalón por los lugares conocidos y rodeado de los objetos que me son familiares. Situación extraña, si se quiere. Muy extraña. Triste y a la vez forastero en mi propia carcasa, mi ámbito, mis costumbres. Como aún todo me duele y me pesa, prefiero entonces volver a un sitio de certidumbre, lo que sentí en los minutos posteriores al golpe, impregnado por la desolación y el desencanto.
1) Relativizar la significación del gol de Müller a los dos minutos es de cretinos. Los esquemas podían estar en el boceto teórico pero aún no se habían puesto en funcionamiento, era demasiado temprano para todo. Un baldazo de agua helada para los incautos y un brebaje coercionador para los jugadores. Con efecto de melatonina pero sin efluvios ansiolíticos, más bien todo lo contrario. Un paralizador intranquilizante. Arriesgar que podría haber pasado si Argentina se conducía hacia la medianía de esa etapa con el arco en cero es lotería pero es más que una sospecha pensar que el partido hubiera sido distinto. Es probable que se hubiesen disimulado, incluso las malas lecturas tácticas que cualquier conocedor del juego auscultó ya en la falsa actuación ante México. No es una excusa. El equipo salió lánguido, desconcertado, distraído -no creo que haya que verlo como una subestimación, supongo que no pese a las palabras que usó Maradona para descomprimir el poderío alemán- y el gol tempranero tiene virtudes alemanas más una suma de fallas argentinas. No hay que demonizar a Otamendi pero es inocultable que estaba fuera de rol, cometió una falta ociosa a Podolski y perdió la marca de Müller en el tiro libre -siempre quedó posicionado detrás del joven goleador, no tuvo el registro físico ni pechándolo antes de la ejecución de la falta para chequear al hombre a anular adjudicado-. El tiro libre estuvo bien ejecutado, con rosca y Romero no se permitió improvisar. Hizo un movimiento lógico, dando por sentado que nadie se iba a interponer entra la Jabulani que venía por el aire y él, cuando el 13 alemán la peinó, ya no tuvo cómo reaccionar.
2) Pese al dominio concreto y atemorizador de esos primeros minutos hubieron tres jugadas a las que nadie le prestó mayor importancia y que a mí sentado solo en el living de mi casa me hicieron augurar lo peor. Argentina, que para todos los analistas no había pensado el partido, le colocó tres veces a Di María en la espalda de Lahm. Sabía que el marcador de punta iba y tenía conciencia de cómo vulnerarlo. Lo hizo y bien podría considerarse un acierto de Maradona pero las tres chances fueron dilapidadas por Angelito que se enredó, se demoró o hizo un enganche de más. El fracaso, por denominarlo de un modo, individual en este caso perjudicó un sencillo pero concreto desarrollo estratégico. Lo que me dio señales funestas fue no haber concretado el empate injusto. Un gol, a esa altura del partido, cosa potable de haber acertado Di María el centro, hubiese replanteado el desenvolvimiento de ambos. Es futurología inútil pero siento que ahí, aunque faltaban setenta minutos, se agotó una clave de victoria: Argentina no merecía empatar pero era la consagración de una idea para contrarrestar el poderío del sistema alemán y desde la igualdad se podía esculpir un mejoramiento.
3) Maradona es un entrenador absolutamente populista sin que esta sea una decisión elucubrada dentro de una estrategia, la esperanza que nos generó estuvo insuflada por sus peculiaridades de origen. Pedirle que razonara y actuara como otra persona u otro entrenador era gastar energía y saliva. Por otra parte, llegamos hasta donde llegamos con ese ímpetu, su forma y su impronta. Lógicamente que podían admitirse correcciones, matizar sus modos tácticos pero la humillación puntual no desacredita su gestión en el Mundial. Para mí su prestación, su trabajo y el equipo que presentó, fue digno. Cambió antes del primer partido, en la previa nos dijo o nos hizo creer que había establecido su sistema el 3 de marzo cuando se le ganó a Alemania 1-0 en una actuación que para mi forma de ver generó la expectativa de tener un planteo sólido que no fue tal: se ponderó el resultado y se especuló parados sobre la estadística viendo cosas que no sucedieron, no fue aquella una gran demostración hecho justificado por la falta de entrenamiento; es una estupidez advertir que cualquier argentino propondría trocar los resultados. Tampoco fue un banco de pruebas porque no se tomaron muchos apuntes de aquella jornada, salvo alistar cuatro marcadores centrales como la vez que se le ganó al once de Löw, en Münich. Entrenadores celebrados por la cátedra por su planificación y su condición de severos y estudiosos como Capello, Lippi o Dunga, también debieron hacer sus valijas antes. En el fútbol no hay garantías. Diego es, más allá del apotegma gastado, un sentimiento. Un hombre que nos cala el alma. Todo lo que produce nos llega con carga tanguera. Nos hace creer con mucha facilidad que podemos ser los mejores, nos convence con la gravitación de ser un líder sentimental que no promete, lo hizo. Para muchos es difícil recordar un día de nuestras vidas en que la omnipresencia maradoniana no estuviese acreditada en el orden de la jornada. Siempre estuvo ahí, latiendo y haciéndose notar. Somos -al menos yo lo soy- prisioneros de su pasado, siempre estoy predispuesto a su excelencia y genialidad: no me defrauda. Estuvo dos veces muerto, atado en un loquero junto a pacientes que decían ser Napoleón o San Martín -sin poder presentarse por su apellido para que no le dijeran que estaba loco, cómo iba a ser Maradona... se que esta historia, en parte, es leyenda-, sobrevivió a cada uno de sus cataclismos, condujo televisión como el mejor, se bajó de su ego y el dio la corona a Messi con una generosidad sólo concebible en dosis maradonianas, fue jugadorista demostrándoles un afecto a “sus 23 leones” que nos emocionó a todos -aunque no faltarán los que saquen la basura de abajo de la alfombra y aparezcan las fisuras de todo grupo en una convivencia-. Siempre me hace llorar. Es un desaforado que nos lleva a amarlo desaforadamente, que cosecha odios en escala-evidentemente, aunque a mí me cueste creer ese énfasis para denostarlo-. Es un dador de entusiasmo. El dramatismo de la caída va más allá de la sensación de paliza de juego y la goleada histórica; está dado, justamente, porque combustionado por su manera de ser, Diego nos hizo tener un sueño. A su sombra cualquier decepción es estruendosa y deseo que no lo viseccionen que ya tenemos una cantidad suficiente de cuerpos mutilados en formol dentro de las cátedras de medicina. Cualquier espacio propicio para la razón, en su esfera, está condicionado por el amor que me genera.
4) Niembro en una baldosa gira mejor que cualquier delantero del mundo. Por una estúpida cuestión de cábala, empecé con TELEFE y no me moví de esa pantalla. Es asombroso de escuchar como se asocia y se despega sin transiciones de los equipos tal sea su suerte. Es un arte, bastardo probablemente, pero un arte al fin. Tiene más habilidad que Lionel para gestarlo. Batalló durante todo el partido que Messi retrocediera para recibir. Fue una de las consecuencias más perjudiciales de los errores de lectura del partido: la falta de elaboración de juego lo llevó a Messi a recorrer muchos metros hacia atrás para buscar la pelota. Quedó a sesenta metros del arco de Neuer, expuesto a la gesta individual que simplificó la marca alemana. Le hicieron una celda escalonada y lo neutralizaron sin cometerle faltas ni aplicarle rigor. Lionel como pudo notarlo cualquiera se diluyó a medida que pasaron los partidos, es probable que el equipo no cooperara con él. No sé quién lo dijo pero es una ocurrencia con un fundamento táctico y técnico: "Diego le puso a Verón en la habitación pero se lo terminó sacando en la cancha". No siento que le haya faltado un plus de caracter -o sí, pero esa es su manera de ser: no es conceptual, ni un contagiador emocional, es a partir de lo que puede construir con la pelota en sus pies, donde evidentemente, a la luz de su trayectoria, es prodigioso por más que haya hecho un Mundial regular y sin goles-.
5) En el entretiempo se me ocurrieron dos cambios no muy ortodoxos dentro de mi manera de pensar y evalué un tercero para los quince minutos o por ahí -la motivación que me despertaba Pastore-. Lo primero que pensé lo enmendé pronto, era arriesgado y un poco delirante. Pero la progresión fue así y la línea de razonamiento, ésta. Creí entonces que con el antecedente inglés era bueno no exponerse al contragolpe, faltaba un gol, nada más -ni nada menos- que un gol. Me dije, otorgándome el carnet de técnico: Clemente por Otamendi y Samuel por Maxi Rodríguez. Devolvía -sin práctica y por eso hablo de delirio- a Demichelis a su vieja función de volante como doble cinco con Mascherano. Retrocedía unos metros a Carlitos por izquierda sin dejar de pensar en la espalda de Lahm, dejaba a Di María en la derecha -debían rotar durante el juego-. Clemente para pasar por la banda y controlar a Podolski, tres defensores duros en la última línea, Messi delantero con Higuaín. Pero hubieran sido muchos movimientos, entonces supuse Clemente y Bolatti -o Verón- por Otamendi y Maxi -un cambio que necesitaba desdoblar más a Tévez-. Cuando vi a todos los mismos en el túnel para jugar el segundo tiempo, evalué que Maradona prefirió darles a los mismos la posibilidad de corregirlo. Lo entendí y me preocupé.
6) Argentina sin juego, con un esfuerzo espiritual, comprometido en la arenga grupal, trató de acorralarlo. Pudo empatarlo aunque no generó situaciones claras. El partido que perdía en la oposición de esquemas y que emparejó en la ilusión óptica, esa sensación térmica de dominio, se desmoronó con otro error. Müller le ganó a Demichelis desde el piso una pelota que Micho había recuperado, hizo un pase de sentado con toda la defensa desacomodada. Siendo injustos con sus expectativas muchos de ellos dormían el sueño de los justos y Klose -un polaco que siempre sentirá que en Alemania precisa dar un poco más y que durante la lectura de la carta contra el racismo debe haber mirado con desconfianza a alguno de sus compañeros- no se va a apiadar de nadie que ose oponerse entre él y el record de goleador histórico de los mundiales. El 2-0 por la realidad de momento de los dos equipos era imposible de remontar.
7) Lo que quedó fue tiempo para sufrir. Esperar cuántos más iban a ser. Es un juego, ganó muy bien Alemania. No hay excusas. Lo superó en todo momento con jugadores sobresalientes, una idea clara y bien desarrollada. Nada para discutir. No habría por qué darle otra connotación pero algunos se la damos. Muchos vivimos el Mundial como un acontecimiento que supera lo deportivo. Tenemos parcelizada nuestro transcurrir por períodos de cuatro años en los que al compás del mojón notorio que dibuja un sueño colectivo podemos identificar los logros y postergaciones individuales. Terminar así, indefectiblemente, pone a descubierto algunos vacíos existenciales que van desde la incidencia inocua de nuestras cábalas y promesas al replanteo de otras cuestiones más significativas que el fútbol grafica. No lo planteo como un hecho chauvinista ni patriótico ni nada que se le parezca. No está el país en disputa ni el éxito deportivo modifica ninguna situación política, social o económica de base, por cierto.
8)Las publicidades generan expectativas ficticias y hacen que los ídolos ungidos gasten buena parte de su magia en los spot. Invitan a sumarse a la ceremonia a gente que trata de descubrir un sentido al espectáculo sin interpretar el espíritu de este deporte, gente que se embandera y nos irrita un poco a "los entendidos" -algunos presumimos serlo- porque sus comentarios y demandas están fuera del eje del juego o las posibilidades y responsabilidades concretas de los protagonistas. Los ven como ídolos del pop o protagonistas de comics. Imponen un triunfalismo desmedido que se transforma en una bola de nieve: están en todo su derecho a ir al Obelisco aunque recién vayan diez minutos de Argentina-Nigeria y el 1-0 sea un resultado abierto y una instancia un tanto prematura pero... Esas publicidades tan pautadas son campañas un poco mufas: todas, hurgando nuestro sentimentalismo, nos emocionaron y envalentonaron en la previa y nos dejaron un agujero tremendo en la suela porque son panfletos, aspiraciones que siempre, como alguna vez observó Maradona, confluyen en imágenes de los capitanes llorando una frustración o de nuestros pretérito. No siempre somos tan buenos, tan astutos, tan capaces como nos quieren hacer creer los publicistas.
9) Un mes antes del Mundial procuré comprarme un plasma en 50 cuotas. Hice varios intentos pero no tener tarjeta de crédito ni ser confiable para las entidades crediticias me salvó. Lo pensé con la eliminación consumada: cuando termine el Mundial 2014, una tautología Copa en Brasil- Brasil Campeón-sobre todo, tras su caída en Sudáfrica- a menos que reviva el bueno de Barbosa, todavía me estaría faltando pagar una cuota.
10) En la conferencia de prensa, en líneas generales, Maradona pareció razonable. Tuvo alguna irritación con algún periodista dentro de una media que no supo o no quiso manejar y no le queda elegante aunque a veces le permitan lucir su histrionismo y su capacidad de improvisación. Me pareció desatinado su balance futbolístico, tal vez impulsado por la emoción, el desencanto, la bronca. La frase "el fútbol que le gusta a la gente" si bien uno la puede interpretar es tramposa, improbable y no quiere decir nada. En el resto de la evaluación contestó más por la ilusión que habrá tenido que por lo que sucedió: el equipo no tocó, no llegó, no manejó la pelota, no creó situaciones de gol, no tuvo variantes ni fue creativo; más bien se empecinó e intentó resolverlo por arrestos individuales y patriadas. Nada de lo que dijo Diego en cuanto a la descripción del partido, mal que me pese, ocurrió. Y pensé, nuevamente, que Pekerman hizo un Mundial más que interesante, con errores claros y hechos fortuitos en su contra en el partido con Alemania, pero con un intento de juego asociado, fluido, de pelota al pie, ordenado. Acusado de hibridez más por la personalidad del entrenador que por lo que generó verdaderamente el equipo que terminó invicto y fue derrocado en los penales por aciertos del arquero y la planificación local y déficit de nuestros pateadores. Vuelvo a Diego. Maradona no cometió ningún delito. No cabe lapidarlo ni fusilarlo, este equipo nos proporcionó muchos instantes de felicidad, nos invitó a creer y quedar eliminados, perder, es una de las dos caras de un juego que como todos es polarizado. Analizar desde el resultado es siempre parcial. Todos queremos ganar. La preocupación debe pasar por encontrar un método lícito, una manera, un formato, que permita el desarrollo de las capacidades que individualmente estos 23 jugadores han demostrado, en mayor o menor medida. Lo que está a salvo es la integridad: hubo entrega y nadie se guardó nada. No estoy en condiciones de sacar conclusiones en relación al futuro, no tengo certeza si debe seguir o irse -soy más proclive a pensar en caliente que debería dar un paso al costado- ni si seremos capaces de aprender algo en esta oportunidad. El desarrollo del juego dejó enseñanzas que tal vez se volatilicen, trazos simples y concretos a atender a la hora de los planteos. En lo particular, siempre reviso lo mismo: tratar de no caer en la soberbia, la altanería, no ser exitista ni gastar a cuenta.

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