(postales de la época de apogeo de la Gripe A, hace justo un año)
El hombre, con su corte de rostro similar a la fisonomía de un doberman de pedigreé, su bigote tupido y su mirada de hielo escamoteada tras la solapa esbelta, ha subido muchas veces a ese vagón del subte como si nada hubiese ocurrido.
Todos, por el miedo que dicen que no es tonto pero evidentemente es cobarde y hasta sin él, por desidia histórica, ignoto compromiso social o indiferencia congénita, hemos compartido el viaje con el asesino prosaico deambulando entre la búsqueda interminable de un epíteto, la puerta de salida más cercana o esfumándonos de la paranoia detrás de las páginas gratuitas y demasiado entintadas de La Razón -que no sólo se pierde, sino que hasta te la arrebatan presuntos cartoneros/papeleros antes de que termines de leer de corrido un articulo-.
Muchas veces lo vimos con sus venas alerta y sus maxilares apretados como con un deseo contenido de ejercer su vocación apoyado de espaldas contra la puerta mecánica y sus manos ocultas dentro del sobretodo palpando en los bolsillos alguna que otra protuberancia aterradora. Muchas veces lo miramos en silencio, como hoy, apretados, con esta misma distancia y esta comunidad fragmentada que somos con nuestras individualidades a cuestas en el subte, sin mirarnos.
Lo revelador es que tanto él, como otros y como yo, esta vez espiamos el titular prestado en el diario de la señora que con barbijo en composé con su piel pálida se hallaba sentada en uno de los dos asientos contiguos a la puerta que da al fuelle del vagón. La noticia planteaba con letra catástrofe los peligros de la denominada Gripe A.
Bastó que varios recorriéramos esa tipografía insalubre para que como en ninguna otra ocasión nos miráramos con un sentido de convivencia, de sentimiento colectivo, absolutamente novedoso, rodeáramos al pasajero molesto y escarbando en el fondo de nuestros pulmones con tuberculosa paciencia tosiéramos al unísono sobre su cara pétrea hasta doblegarlo y obligarlo a huir.
Nadie podrá acusarnos de nada. Fue en defensa propia. Un típico caso de Influenza Debida.
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