miércoles, 28 de julio de 2010

PARADA IMPREVISTA


En los recovecos de las trasnoches, anda un ángel atorrante.
Bohemio de saco y corbata, con los mechones despeinados al rocío como copos de nieve, corta la formalidad indispensable con una corbata con la cara de los tres chiflados.
La figura apenas voluminosa de la piel nívea juega al cabeza con la luna pero con el sol no se tutea.
Tiene una alcurnia cimentada en ganarse el mendrugo vendiéndole buzones a aquellos que jamás escribieron una esquela y que no tienen deseos de recibir jamás una carta.
Cuando imagino a ese ángel pienso en Pepe Parada, aquel pícaro que desde el reino del café, aquilataba sus años de campeón de rock and roll cuando bailaba en el Luna Park al compás de Billy Halley.
Ese mismo Pepe Parada que se filtró entre las luminarias de la revista porteña y desde la cadetería de Carlos A. Petit, trepó al escenario para mojar el pan en algún sketch ligeramente transgresor en los que Pepe Arias o Adolfo Stray, le decían al pasar señalándolo... "Perdón ¿Paradita?" Para que él rematara: "Parada, señor. Bien Parada".Aquel Pepe Parada que tuvo su programa de tele, como protagonista, con el dúo que formaba con Carlitos Scazziotta y que a su juicio era tan malo que no lo veían ni los camarógrafos, quienes dejaban sus cámaras fijas y se escapaban del estudio.
Aquel Pepe Parada que formó parte de una delegación argentina que en el Festival de San Sebastián acompañó a la película Juan Moreira, y que ante el sorpresivo romance de Germán Krauss con Lindsay Wagner, La Mujer Biónica, quiso creer la broma de sus amigos quienes le dijeron que la mamá de la actriz, otra bomba, estaba muerta con él y lo esperaba en bragas acostadita en la cama. Y que al grito de "mamá biónica" y sin que mediaran palabras volteó la puerta del cuarto en el hotel donde se hospedaban ganándose una tunda de carterazos y almohadonazos.
Aquel Pepe Parada que representaba a Jorge Porcel y que no lograba hablar con él por teléfono ya que el Gordo, más agrandado que la circunferencia de su abdomen por estar filmando con Al Pacino, evadía las conversaciones. A cada llamado, durante días, Porcel se excusaba: "No puedo hablar, estoy con Al", "no te puedo atender, estoy con Al", "llamame en otro momento, estoy en el set con Al". A lo que Pepe, en una ocasión, reaccionó: "No me digas nada, Gordo, estás con Al. Si estás con Al, porque no se van AL carajo".
Aquel Pepe Parada que una tarde me citó, como tantas veces, en la confitería Torre de París para entregarme un obsequio, el libro de Stanivlasky, Un actor se prepara, y que cuando abro el paquete y noto que había dos ediciones exactamente análogas me pidió que lo acompañe y me llevó hasta el desaparecido teatro Alfil, donde trabajaba Olmedo, para que me ganara la simpatía del Negro obsequiándole ese libro que -Pepe estaba enterado- Alberto tenía ganas de investigar.

Aquel mismo Pepe que el viernes 23 de junio del 2000 me recibió en El Corralón como en tantas otras oportunidades y me saludó con afecto. Estaba ansioso, preocupado para que el dueño de la parrilla, el querido Guillermo Miguel, y todos sus empleados, tuvieran todo en orden. Estaba junto a una mesa del fondo del local en la que se encontraba, entre otros, una versión antediluviana de Karina Jelinek con pelo rubio. Esperaba a Rodrigo que venía de grabar La Biblia y El Calefón, y cuando el Potro llegó su alegría fue total. Al rato, apareció en el local repleto, Fernando Olmedo. Estaba solo, se había desencontrado con un amigo, y caminaba nervioso de una punta a la otra esperando para que se desocupara un lugar. El amigo jamás llegó y Pepe le insistió para que se sumara a su mesa. Fernando, tímido, aceptó a regañadientes la invitación y necesitó del llamado estentóreo de Rodrigo para terminar de decidirse. No conocía mayormente la música del cuartetero ni lo conocía y sin desearlo se convirtió en el centro de la velada por ser Rodrigo un fana de su padre.
Tras los postres, El Potro lo invitó para que conozca su obra y Fernando no quería saber nada, la función era en City Bell, cerca de La Plata, y tenía miedo de quedarse en banda, varado, sin movilidad, lejos de su casa. Pese a la negativa, Rodrigo insistió y terminó de convencerlo con una frase fuerte: "No te hagas problema por el viaje, vos venís conmigo y después te llevo a ver a tu viejo".
En ese momento, algunos pensaron que Rodrigo, amante de Olmedo como era y desmesurado como se manifestaba, podía llegar tras su show a llevarlo al cementerio y dejarle una flor al Negro. Otros entendieron que la frase era una pequeña fanfarronada: algo así como, escucharme a mí es tocar el cielo.
Un poco más tarde supimos que era una frase absolutamente literal.
-Te llevo a ver a tu viejo.
Fue la última noche de Rodrigo y de Fernando Olmedo.

(Esta fue una columna que salió en el programa En línea, de Franco Bagnato, de Radio Continental, el sábado 24 de octubre de 2009)

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