Si será jodida la parca, Rubén. Que se le ocurre venir a despertarte un lunes y a las ocho de la matina.
El fueye acongojado se despatarró para la transfusión de aire entregándole hasta el último hálito de viento. La sombra de la muerte con un zigzagear canyengue se esparció hasta el más luminoso de los rincones. El Negro se excusó de respirar. Lunes, fatiga, madrugón, mal escenario para arremangarse y darle el gusto a los dioses del laburo.
Se fue Gordo como Troilo, con los deditos breves y un poco entumecidos. ¡Que al arpa la toque, Magoya, escuchó rezongar una enfermera! Ni al más paria de los blasfemos se le podría haber ocurrido proponerle una traición de Doble A al filo de la vida.
Se fue frío, como el mármol, pero con los muslos abrigados de puro bandoneón.
Al retazo de gamuza baleado de baldosas que sobrevivió a la carne desesperada han ido a despedirlo fantasmas de bohemia, los vinos del ayer, las estrofas de tango que siempre se anotan en los velorios.
El Negro les dejó un abrazo y las trasnoches vacías. Se fue dispuesto a canturrearle a Dios si no se pone otario y tocarle una milonga al diablo para que cante hasta olvidarse de ser malo.
Como todos los que se van, con mucho de misterio y un poco de milagro.
(Al bohemio empedernido, que velaba por nuestros sueños como sólo pueden velarlo los insomnes, lo encontré seguido, en los últimos tiempos, en las madrugadas de La Bogedita de Mar del Plata, eternizándose al prolongar cada una de las horas. Por gloria murió sin dolores y pudo despedirse, de modo consciente, de sus amigos y sus familiares más dilectos. A nosotros nos dejó un testamento prematuro, puso algunas de sus canciones a nombre de nuestro sentimiento como este responso de despedida que es Mi bandoneón y yo)
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