viernes, 4 de junio de 2010

EL HOMBRE CLAVE


Uno se siente desolado. El universo en su perversa marcha no repara en los pequeños gestos.
Héctor Adolfo Enrique dice que le dio el pase a Diego Maradona en el segundo gol a los ingleses, cosa exacta, y se lo toma como un rasgo de fino humor.
Lo dejó solo ante seis ingleses y el arquero con un pase en la mitad del campo. Pero esa definición, como un reflejo de picardía, encarna la búsqueda de una necesidad innata y ecuánime de reconocimiento.
Llegados a Pretoria, en los campos del HPC, el preparador físico Fernando Signorini le pidió a los antes mencionados que recrearan aquel mítico gol. Enrique, ayudante de campo de Diego en la Selección, se plantó en el mismo sector de la cancha, amenazó con darle una réplica de aquel pase corto, al pie, y luego de mirarlo, la tiró al lateral.
-Vieron, se dieron cuenta, que mi pase fue fundamental para que hicieras ese gol, Diego. Si yo hacía esto y la tiraba afuera vos no hubieses hecho absolutamente nada.
Alguna vez, en el marco de uno de mis libros, con la humildad y la modestia del caso, intenté solucionar con un parche la descortesía cosmogónica. Acá rescato algunos sonetos de Enrique I.

Diste el pase probo y ningún aguafiestas lo refuta.
Digno del humor callejero fuiste un Maradona de la risa.
Antes y después de la ocurrencia, tuviste la obediencia del recluta
y un alma guerrera para defender hasta jirones la camisa.

Hiciste de la desconfianza inicial teorizada
el combustible de ilusión para el apogeo de tu vuelo.
Te ganaste la gloria con tu vergüenza ilimitada
y jamás renunciaste a tu sentir reo en el filo del duelo.

Por la nobleza con que tejiste tus ayeres
sos la referencia de un sentir genuino de picado.
Cumpliste con humildad cada uno de tus deberes
siendo uno más en la colmena sin ser jamás espíritu domesticado.

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