sábado, 19 de junio de 2010

DE LÁPIDA AL MUNDIAL

A esa hora en que los cameruneses corrían al holocausto de los músculos de Samuel Eto'o frente a la pulcra Dinamarca peinada con gel, la rebelión más grande se produjo en México.
Carlos Monsiváis, el notable cronista de la sociedad mexicana, decidió morirse para manifestarle su desinterés a la liturgia pagana en un gesto mucho más audaz que cualquiera de los que pudo provocar Samy para cambiar el curso de los ríos de su suerte.
La nota me impactó en la web como un tomazo en la frente y allí me llegaron las palabras de Pablo Ordaz como una esquela que sabia a despedida.
-Su casa olía a gato y su escritura, a libertad. Nunca se casó con nadie, salvo con esas dos pasiones suyas. Hace ya muchos años llegó a confesar: "Sin mis libros me sería imposible vivir y sin mis gatos, también. Los libros no aúllan ni los gatos proporcionan sabiduría, por eso no podría elegir. Preferiría entonces vivir sin mí". Y así fue: el día que los médicos le quisieron apartar de sus muchos gatos para preservar sus pulmones, sus amigos supieron que también lo estaban condenando a muerte.
Nada le interesaba tan poco como las corridas de toros, aunque, para ser exactos, el Mundial debería formar parte de la antología más selecta de fenómenos sociales que le parecían abominables.
Alguna vez le preguntaron, afirmando, que no había nada de lo que ya no hubiese escrito e hizo las excepciones de rigor.
-De toros no hablaré nunca. Es un espectáculo de barbarie al que llaman arte. Y jamás hablaría de fútbol. Juan Villoro ha dicho que Dios es una pelota. En este caso específico soy ateo... Quizá cinco segundos antes de morir comprenda de qué se trata y me llevaré ese secreto para mí en una tumba esférica.
Tal vez, en este preciso momento, Carlos Monsiváis esté explicándole a un arcángel la ley del off-side si es que debajo de las ropas níveas no descubre a un ser incapaz de mantener una infidencia.

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