viernes, 11 de junio de 2010

LO SUPERFICIAL Y LO PROFUNDO

Genera fatiga, hartazgo, un poco de envidia -en función de los recursos que uno cree dilapidados, las ganas de estar allá-, la empecinada costumbre de buscar coberturas paralelas en un Mundial. Intentos de sembrar una sonrisa que dejan muy expuestos a los intépretes y disgustan a los espectadores. No se sabe de quién es la idea, quién la sostiene, qué modorra de producción las impulsa-esas cosas que se hacen porque hay que hacer-pero no encuentro que satisfagan a nadie.
Para los futboleros clásicos, es dulce de leche sobre la tira de asado. Para los advenedizos, los espectadores furtivos, una mueca con el labio inferior mordido hacia quien pone la cara en pantalla-puede traducirse con el infantil ¡que hambre! o ¡que tarado!-.
El fútbol destila alegría, la alegría del juego. Expresada de una manera particular, generalmente reducida por la tensión y puesta, a menudo, de rodillas por creer que la búsqueda de la excelencia es conseguir resultados a la hora del arqueo frío y certero.
Una alegría que conocemos los que lo jugamos donde la diversión no pasa por reirse a carcajadas sino por jugar con seriedad: afrontarlo de esa manera es un camino al disfrute, una convención ni firmada ni explicada; se la asume. Es así.
El fútbol en este escenario colosal nos permite tomar indefinidos atajos. Contar, ni más ni menos, la vida desde las peculiaridades étnicas a la vulnerabilidad de la justicia, tan parecida a la de todos los días, impartida por tres humanidades que con sus conocimientos y buena fe -en el mejor de los casos- deben dirimir las cuestiones de veintidós aspirantes a deidades ante la atenta mirada de cientos de cámaras y millones de ojos.
No todo tiene que ser adusto, profesional, técnico. El juego proporciona cientos de vertientes que abrevan en la noticia leve, anecdótica, divertida en su posiblidad de entretenernos. Todos agradecemos transitar momentos que nos permitan darle trabajo a los músculos que se alistan como un coordinado equipo alrededor de la boca, en la mandíbula, sobre los cachetes, y nos permiten ofrecer como credencial nuestra dentadura.
Nada hace pensar que merezca tiempo, gasto, satélite, esa diversión confusamente entendida: mofarnos de los turistas y los oriundos aprovechándose de la indenfesión que propugna desconocer el castellano, burlarnos de sus costumbres.
No necesitamos que nadie unte nuestro bife de chorizo con dulce. Es una condena. Una obsesión contranatura. Una búsqueda que hace conjeturar que nadie se detiene a pensar a la hora de proyectar una cobertura, que obran por impulso, una inercia que viene desde los tiempos noventosos sin mucha razón de ser.
Por suerte, siempre hay antípodas. Entre las notas impostergables, aquí debajo, a un click, les dejo una que escribiera Ezequiel Fernández Moore en La Nación. Nos demuestra que en las colectoras del hecho futbolístico con su cuota de rito y espectáculo, se pueden ofrecer otras miradas.

http://www.canchallena.com/1270963-futbol-en-el-pais-del-sida

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