La máquina de escribir en soledad digita el luto con las letras mudas del silencio. Los anteojos sin nada que mirar disimulan las lágrimas en un llanto de vidrio que tiene la congoja de dejar de ser esencia para objetivarse.
La foto abraza sus tesoros. Ahora que el universo de la comunicación está preocupado por una manifestación de la cultura portuguesa culminada en un jopo ornamentado y libre de caspa, la muerte pasa, con sus desdichas, entre el laberinto de los cuerpos y elige trabajar sin descanso, como en aquellos días en que el mundo no suspende su función para saber qué es de la vida de CR7.
Pero como en sus libros, la sombra final se vuelve intermitente. José Saramago iba de tertulia con ella y la diseccionaba sobre su escritorio porque pudo ser el Dios de sus palabras. Ateo al verbo inapelable se asomaba a él sin temor al vaticinio; en las páginas de sus libros ya se había decretado la inmortalidad que hoy cubre hasta el último rincón de su existencia pasada.
Estos son algunos testimonios de uno de sus últimos reportajes, concedido a el diario español El País como excusa para hablar de su libro Caín.
* "Hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, porque no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad".
* "Nunca tuve educación religiosa. Ni en el colegio, ni en casa. No tuve crisis religiosas en la adolescencia ni cuando uno empieza a preguntarse sobre la muerte. Sinceramente, creo que la muerte es la inventora de Dios. Si fuéramos inmortales no tendríamos ningún motivo para inventar un Dios. Para qué. Nunca lo conoceríamos. Ateo es sólo una palabra. En el fondo, estoy empapado de valores cristianos, y es verdad que algunos de estos valores coinciden con valores de humanismo. Los acepto. Ahora bien, todo lo que tiene que ver con la creencia en un Dios superior y eterno, que un día me condenará, me parece una chorrada".
La foto abraza sus tesoros. Ahora que el universo de la comunicación está preocupado por una manifestación de la cultura portuguesa culminada en un jopo ornamentado y libre de caspa, la muerte pasa, con sus desdichas, entre el laberinto de los cuerpos y elige trabajar sin descanso, como en aquellos días en que el mundo no suspende su función para saber qué es de la vida de CR7.
Pero como en sus libros, la sombra final se vuelve intermitente. José Saramago iba de tertulia con ella y la diseccionaba sobre su escritorio porque pudo ser el Dios de sus palabras. Ateo al verbo inapelable se asomaba a él sin temor al vaticinio; en las páginas de sus libros ya se había decretado la inmortalidad que hoy cubre hasta el último rincón de su existencia pasada.
Estos son algunos testimonios de uno de sus últimos reportajes, concedido a el diario español El País como excusa para hablar de su libro Caín.
* "Hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, porque no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad".
* "Nunca tuve educación religiosa. Ni en el colegio, ni en casa. No tuve crisis religiosas en la adolescencia ni cuando uno empieza a preguntarse sobre la muerte. Sinceramente, creo que la muerte es la inventora de Dios. Si fuéramos inmortales no tendríamos ningún motivo para inventar un Dios. Para qué. Nunca lo conoceríamos. Ateo es sólo una palabra. En el fondo, estoy empapado de valores cristianos, y es verdad que algunos de estos valores coinciden con valores de humanismo. Los acepto. Ahora bien, todo lo que tiene que ver con la creencia en un Dios superior y eterno, que un día me condenará, me parece una chorrada".
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